El año que dejamos atrás estará escrito en los libros de historia como el año en el que el bipartidismo se lleva su primer gran golpe. Los años que precedían al 2014 estaban marcados por el descontento, la indignación, la furia acumulada, el descrédito hacia la mal llamada clase política… Pero todos estos conceptos no hacían más que formar parte de la ira del español sentado, como decimos en mi partido. Esa ira con la que cargan los vecinos, los familiares o los amigos, que se suelta por la boca, pero se queda encerrada en los bares, las plazas, los parques o las casas. Hasta este año las probabilidades de que hubiera un cambio como el que hemos vivido eran nulas o se mostraban muy lejanas en el tiempo. Antes de mayo, existían partidos (muy pocos) que decían que España tenía verdaderamente un problema. Partidos como UPyD o Equo, más allá de las diferencias ideológicas que podían llegar a tener, hacían hincapié en reformas necesarias para este país y que aún no han llegado. Dichas propuestas iban calando poco a poco en la gente: Se hablaba del número de aforados, de la dependencia del Consejo General del Poder Judicial o de la corrupción generalizada… Pero los cambios parecían imposibles en un país donde todos los poderes obedecen al sistema bipartidista y el voto de una buena parte de nosotros era invariable. La irrupción de Podemos, un partido que, sin duda, ha sabido comunicar mejor este diagnóstico que el resto de los partidos hizo que los resultados de las elecciones europeas fueran sorprendentes. Por primera vez, la suma de PP y de PSOE era inferior al 50% de los votos, en pocas palabras: el bipartidismo había sido derrumbado. Eso sí, no nos confiemos: el bipartidismo ha caído, pero no el sistema bipartidista. Me explico. Si bien el PP y el PSOE no obtienen la confianza de la mitad de los votantes, lo que compone el sistema sigue en pie: el voto de los españoles sigue siendo discriminatorio, la Justicia sigue invadida por los partidos políticos, seguimos teniendo miles y miles de aforados, sigue habiendo diferencias entre comunidades autónomas por “derechos históricos” y la corrupción sigue sin ser castigada.
El año que viene, 2015, debemos comenzar el auténtico cambio, ya que una gran parte de los españoles participaremos en tres elecciones: locales, autonómicas y nacionales. En esas citas tendremos en nuestra mano la oportunidad de cambiar de una vez el destino de nuestro país, posiblemente, la última oportunidad de tener otro futuro. Las siglas, las caras serán lo de menos, me explico: yo no quiero que haya un partido nuevo si éste no cambia nada. Los enemigos de España no son PP, PSOE o Podemos. Los enemigos de España son los corruptos, los tránsfugas, los que se venden por cargos, los que venden dichos cargos o los mentirosos, al margen de sus pensamientos y sus organizaciones. Esos son nuestros enemigos, no los que piensan diferente a nosotros, sino los que atacan a todos los valores que representan vivir en democracia: la verdad, la transparencia, el respeto a la Constitución o la libertad. Es el momento de que España, al igual que Europa, tenga un proyecto renovador y dé ejemplo al mundo: es la hora de crear un país de justicia social, de industria, de libertades y de derechos que no se puedan eliminar a placer, alejado de nacionalismos y de las viejas ideas de pertenencia a la tribu, de todas las cosas, en fin, por las que merece la pena decir “aquí estamos, este es nuestro país, el de todos, el que hemos creado y por el que merece la pena luchar”. No os pido que participéis en el cambio por banderas de franjas y de estrellas o por otros símbolos que no dan para comer, pido que estéis ahí por vuestro futuro, por vuestros hijos, por lo que nos queda aún por ver llegar. España no tiene remedio, porque España no es el problema. El
problema verdadero son los que se venden a cambio de cargos, los corruptores y los que consienten. Cambiémoslo, es posible.
No hay comentarios:
Publicar un comentario